Es bien conocido que la esperanza de vida de las mujeres es superior a la de los hombres. Esto es cierto a cualquier edad, y además esa diferencia no es en absoluto despreciable. Los datos de 2009 muestran que mientras la esperanza de vida al nacer para los hombres era de 78,5 años, la de las mujeres era de 84,6 años, una diferencia ligeramente superior a los 6 años. Esta mortalidad diferencial entre sexos se observa a todas las edades lo que implica, para un periodo de tiempo dado, un riesgo diferente de fallecer en hombres y en mujeres, con un saldo favorable para las mujeres. Traducido en términos de primas de seguros de vida, menor probabilidad de muerte implica menor riesgo para la compañía aseguradora y en consecuencia menor prima; es decir, un seguro de vida más barato para mujeres que para hombres, manteniendo el resto de consideraciones constante. La Directiva del Consejo Europeo 2004/113/CE por la que se aplica el principio de igualdad de trato entre hombres y mujeres al acceso a bienes y servicios y su suministro permitía, con un cierto carácter excepcional “(…) diferencias proporcionadas en las primas (…) en los casos en que la consideración del sexo constituya un factor determinante de la evaluación del riesgo a partir de datos actuariales y estadísticos pertinentes y exactos” (artículo 5.2). Sin embargo, una reciente sentencia de 1 de marzo de 2011 ha declarado inválida esta práctica con efectos 21 de diciembre de 2012. Por tanto, a partir de esa fecha el sexo no podrá, ceteris paribus, dar lugar a diferencias en las primas que satisfagan las personas individuales por los seguros que contraten, no solo los de vida. Si primas independientes del sexo significan un trato equitativo entre hombres y mujeres es, al menos en parte, una cuestión política o si se quiere de organización social, que parte de la premisa de que hombres y mujeres se encuentran en situaciones totalmente comparables al contratar determinados seguros, lo que ciertamente no es siempre el caso.
Volvamos a la esperanza de vida. Lo que quizá no sea tan conocido es que esa diferencia en esperanza de vida entre sexos no ha sido siempre tan elevada como lo es en la actualidad. En 1900, cuando la esperanza de vida al nacer para el conjunto de la población española no alcanzaba los 35 años, la diferencia entre los sexos era inferior a los dos años, siempre a favor de las mujeres. Ese diferencial creció de forma prácticamente continuada hasta mediados de la década de los 90 del siglo pasado, cuando alcanzó algo más de los 7 años de diferencia, y a partir de entonces inició una senda decreciente.
¿A qué se debe esta evolución? Sin duda hay dos grandes tipos de causas. Por una parte hay factores genéticos, de la misma forma que lo son la raza o el color del pelo. Se trata de factores que están totalmente fuera del control del individuo, digamos sus circunstancias. ¡Dios no reparte la suerte por igual! Por otra parte hay factores ambientales, como son la dieta, el consumo de tabaco o de alcohol, o más generalmente la adopción de un estilo de vida saludable. Sobre estos factores el individuo tiene cierta capacidad de decisión y es, al menos parcialmente, responsable.
En el caso de la mortalidad basta observar la probabilidad de muerte en los primeros momentos de la vida, cuando los factores sociales no han jugado prácticamente ningún papel, para observar que hay factores genéticos en las diferencias entre hombres y mujeres. Así por ejemplo, la probabilidad de muerte en el primer año de vida era, en 2009, de un 3,37‰ para los hombres y de un 2,86‰ para las mujeres. Pero sin duda también hay factores de comportamiento, de hecho algunos autores predicen una mayor igualación de la mortalidad entre sexos a partir de la adopción de ciertos hábitos de comportamiento por parte de las mujeres, tanto en lo referente a la realización de actividades de riesgo, como a los comportamientos no saludables relacionados con el consumo de tabaco y alcohol.
Por ejemplo, un trabajo en curso del Ivie estima que con las condiciones de mortalidad de 2008 la probabilidad de que un nacido en dicho año acabe falleciendo de un tumor de pulmón o relacionado con las vías respiratorias es de un 8,32% para los hombres, y de un 1,37% para las mujeres. Casi con total seguridad aquí hay algo más que factores genéticos. Y la probabilidad de fallecer de un accidente de tráfico es de un 0,88% para los hombres y de un 0,28% para las mujeres.
Una sociedad preocupada por la justicia distributiva debería eliminar toda desigualdad atribuible a las circunstancias de los individuos mediante políticas adecuadas. En este sentido, el artículo 4.1.a) de la Directiva 2004/113/CE prohíbe taxativamente cualquier “…trato menos favorable a las mujeres por razón de embarazo y maternidad”. No puede ser de otra forma. Sin embargo, cuando parte de esa desigualdad es debida a comportamientos de los individuos, entonces un tratamiento igualitario no parece totalmente justificado. Lo que esta idea, basada en el principio de igualdad de oportunidades de John Roemer, significa en el caso de la prima del seguro de vida es que una parte de la misma, la derivada de las circunstancias, no debería ser diferente según el sexo; pero otra, la derivada de los comportamientos sociales, responde a situaciones diferentes, y en consecuencia no hay razón para que sea idéntica en ambos sexos. Lo que sucede en la práctica es que el sexo es fácilmente observable, mientras que el resto de factores no lo son tanto, y por tanto legislar en función del sexo es mucho más fácil.
Estas situaciones son todavía más evidentes si consideramos otros seguros al margen de los de vida. El artículo 5.3 de la Directiva 2004/113/CE impide que «los costes relacionados con el embarazo y la maternidad [den] lugar a diferencias en la primas” de los seguros de salud. Este es un coste que razonablemente debe ser socializado en virtud del principio de igualdad de oportunidades. Sin embargo, existen datos “estadísticos pertinentes y exactos” de que las mujeres tienen, por ejemplo, menos siniestralidad al volante que los hombres, y no habiendo ninguna circunstancia que considerar aquí, no parece que haya razón en este caso para imponer la independencia de las primas de los seguros de automóvil respecto al sexo. El riesgo asegurado es diferente en hombres y en mujeres, su situación no es comparable en este caso, y simplemente estamos tratando de forma distinta situaciones que son efectivamente diferentes. No parece pues que se trate de un problema de discriminación.
En definitiva, la prima en los seguros viene determinada por el riesgo y cuando existe un riesgo diferencial entre grupos de individuos que no deriva de las circunstancias de sus miembros, es decir de factores que escapan a su control, no parece que haya razón para imponer la igualdad en la prima. Pero obsérvese que este argumento no solo se aplica al sexo, sino también a cualquier otra circunstancia de la que el individuo no sea responsable, directa o indirectamente.
Como la Directiva 2004/113/CE solo es de aplicación en el ámbito del acceso a bienes y servicios y su suministro, y no parece que la competición en actividades deportivas tenga dicha consideración, seguiremos viendo en el futuro competiciones de atletas solo de hombres o solo de mujeres, y a Rafa Nadal jugando frente a Novak Djokovic o Roger Federer, en lugar de frente a Caroline Wozniacki o Kim Clijsters, de forma que el ranking de tenistas seguirá teniendo dos números uno, un hombre y una mujer.
¡Excelente artículo!
Estas barbaridades ocurren cuando los políticos ignorantes se ponen a legislar sobre temas que no conocen ni entienden.
Para ampliar la información sobre el Seguro de Vida les recomiendo el libro de: Gustavo IBÁÑEZ PADILLA. Manual de Economía Personal. Buenos Aires: Dunken, 2009. 7tm. ed.
Saludos cordiales,
O.A.
Gran artículo, y no sólo por su extensión, jeje, sino con datos reputados. Obvio que el crecimiento de la esperanza de vida está cambiando muchísimo nuestro estilo de vida y viceversa.
TODA LA CULPA LA TIENEN LOS VIEJECITOS.
Que necedad absurda considerar que los bancos, las arterias de la liquidez de nuestro sistema, tienen algo que ver con la llamada crisis. Son nuestros amigos, nos ayudan y nos dan tarjetas de crédito.
Que barbaridad pensar que los ordenadores de los Mercados solo estaban programados para especular y ganar más dinero, aunque sea del tipo virtual. Todas sus operaciones buscan el provecho del pueblo
Que osadía acusar a los órganos económicos internacionales como el FMI o el BM o el Banco Central Europeo de dedicarse a otros intereses que no sea el bienestar de los individuos y su continua mejora.
Que maldad poner en duda que nuestros políticos son líderes e independientes de sus partidos y de otros intereses de poder y solo piensan en trasladar la voz del pueblo y defenderla.
Que canallada decir que no vivimos en democracia cuando podemos votar entre A y B, tanto da, dominadores de todos altavoces de comunicación y suponer que luego estos hacen lo que les da en gana, ajenos a sus programas electorales.
Que tontería comunistoide asumir que los ricos deben contribuir con más impuestos que el resto del pueblo al bienestar común.
Que mala fe pensar que vivimos instalados en una corrupción generalizada e institucionalizada de la que solo nos llega la punta del iceberg.
Que pesimismo afirmar que la justicia no es igual para poderosos y débiles.
Que injusticia no aclamar el sacrificio físico, intelectual y moral cotidiano que hacen por nosotros nuestros líderes políticos. Desagradecidos
Que pobre simplificación deducir que la burbuja inmobiliaria ha hecho multimillonarios a unos pocos y arruinado a este país por muchos años.
Que majadería resentida echar gran parte de la culpa del desajuste a nuestras cuentas al fraude fiscal y a la evasión en paraísos fiscales
Que grosería criticar que los Mercados están hundiendo aun más el país en la recesión, apostando en su contra y a su quiebra con fines de especular con miles de millones de euros.
Que idolatría herética acusar a la Iglesia de estar mas preocupada por la homosexualidad o el preservativo que por la trágica deriva neoliberal de occidente. Con el poco patrimonio que tienen.
Que pesimismo formular que la sociedad del bienestar y el bien común están siendo desmantelados por el Neoliberalismo..
En fin… cuantos resentidos, rojos, obsoletos, vividores a cuenta del estado, trasnochadores, antisistemas y perro-flautas se mueven agitadores en el remanso pacifico y satisfactoria de nuestra sociedad.
Cuanto les cuesta reconocer que los únicos culpables del desaguisado que no arrastra son los ancianos que están destrozando todo nuestro porvenir y el “venturoso y sagrado” pacto fiscal europeo contra el déficit, viven mas años, luego cobran mas tiempo una pensión que derrochan; viven por encima de sus posibilidades; despilfarran medicinas inútiles como si fueran a llegar a la eternidad; llenan los sanatorios; desmandan asistencia a domicilio o Centros para la tercera Edad. Tienen descuentos en transporte y cultura y mas y mas…..
En fin, viven de manera dilapidara y con ello todos los demás debemos sufrir recortes y limitación de derechos sociales.
Menos mal que nuestros políticos y los Sagrados Mercados los han calado y no lo van a tolerar por mucho tiempo… ¡Solo faltaría que además quisieran mejorar sus conocimientos, estudiar otra vez y solicitar becas!
Javier Sanchez Álvarez
Autor del Libro El Neoliberalismo me mata editado por Algon Editores.
Leí el libro que recomendó Oscar Alarcón: el Manual de Economía Personal de Gustavo Ibáñez Padilla y editado por Dunken en Buenos Aires, me pareció excelente, muy didáctico y muy claro. ¡Gracias por estas recomedaciones! Carlos Gómez
Si quieren saber más sobre el Seguro de vIda les recomiendo la página web: http://www.economiapersonal.com.ar dirgida por el Ing. Gustavo Ibáñez Padilla (citado más arriba).
Saludos,
Marcos Zapiola