El paro de larga duración, seamos sinceros, tiene mal arreglo. En esto, como en casi todo, es mejor prevenir que curar. Por ello es útil considerar qué factores influyen en que el paro generado por una crisis tienda a convertirse en mayor medida en paro de larga duración. El primero, naturalmente, es la propia duración de la crisis. Conforme una situación de recesión se dilata en el tiempo y se retrasa el momento en que comienzan a surgir nuevos empleos de modo significativo, el riesgo crece. Por tanto, cualquier medida que contribuya a impulsar y adelantar la reactivación económica ayuda a reducir el problema. Por desgracia esta posibilidad en el caso de España no está funcionando demasiado bien que digamos. Por otra parte, otros aspectos más estructurales influyen en esta cuestión, factores relacionados con la intensidad con que el desempleado busca empleo y con la empleabilidad atribuida a ese parado por los empresarios que podrían contratarlo.
El meollo de la cuestión es que un parado que lleva mucho tiempo parado acaba dejando de ser un candidato relevante para las empresas en comparación con otros candidatos que están trabajando, lo hacían hasta hace muy poco o acaban de terminar su formación. ¿Soluciones? El palo y la zanahoria.
En primer lugar, el palo para estimular desde el principio la búsqueda de empleo. Aquí resulta útil recordar otra vez el trabajo de Bover, Arellano y Bentolila (2002) sobre la crisis de los 90 en España (esto es literalmente lo que los franceses dirían un déjà vu).
Hoy interesa fijarse especialmente en cómo la probabilidad de encontrar empleo (hazard) no solo es mayor cuando se lleva poco tiempo parado (pocos meses de unemployment duration) sino que entonces es mucho mayor para los parados que no reciben prestación por desempleo (línea sólida, Not Receiving Benefits) que para los que sí lo hacen (línea discontinua, Receiving Benefits). Percibir prestaciones por desempleo tiende a aumentar el riesgo de convertir el paro en paro de larga duración generando una situación de histéresis. En los 90 y también ahora. Según los datos del Observatorio Laboral de la Crisis de abril de 2011 de FEDEA, los parados que no cobran prestaciones tienen, todo lo demás constante, el doble de probabilidad de encontrar empleo que los que las cobran. ¿Los motivos? El recién parado, que acaba de dejar de trabajar y sigue teniendo ingresos asegurados durante cierto tiempo, puede tender a buscar empleo inicialmente con menos intensidad, a esperar porque en el futuro seguro que surgen mejores ofertas para puestos de trabajo más satisfactorios, etc. Todo esto es perfectamente humano y racional, pero entraña los riesgos señalados. ¿Quiere esto decir que hay que eliminar las prestaciones por desempleo? No, pero hay que diseñar el sistema de prestaciones (cuantía, duración, modulación de la cuantía con el paso del tiempo, tratamiento fiscal, condiciones para seguir cobrándolas, etc.) de manera adecuada teniendo en cuenta estos efectos secundarios y aprovechando para ello la experiencia de otros países que han modificado el suyo precisamente por ese tipo de problemas.
En segundo lugar, la zanahoria. Cuanto más cualificado esté el parado, cuanto mayor sea su capital humano, cuanto más elevada sea la productividad que el empresario le atribuya, menor es el riesgo de paro de larga duración y de histéresis. El parado mantiene entonces su condición de candidato efectivo para las empresas. Usando los datos del cuaderno de Capital Humano nº122 Bancaja-Ivie (Capital humano y empleo en tiempo de crisis II) podemos ver gráficamente la menor incidencia del desempleo de más de un año de duración conforme aumenta el nivel educativo de la persona.
Las estimaciones econométricas ofrecidas en ese cuaderno confirman esa relación significativa entre desempleo de larga duración y formación. Por ejemplo (cuadro 1 del cuaderno) a finales de 2010 tener estudios universitarios, todo lo demás constante, implicaba un 15% menos de probabilidad de ser parado de larga duración que tener estudios primarios. Es decir, los esfuerzos en materia de formación se traducen en un menor riesgo de convertir el paro en paro de larga duración (si bien los datos del Observatorio Laboral de la Crisis acerca de transiciones al empleo desde el desempleo de cualquier duración indican que la intensidad de este efecto podría estar siendo cambiante a lo largo de esta crisis). En este ámbito el caso español presenta en la actualidad problemas especiales ligados a las bolsas de parados poco formados o con un tipo de formación poco útil para los sectores que pueden generar más empleo en el futuro más cercano (el boom del ladrillo estuvo bien, pero ya pasó y no se le espera en bastantes, bastantes años).
El paro de larga duración y la histéresis. ¿Se puede hacer algo para tratar de frenar su marcha imparable más allá de cruzar los dedos y confiar en una pronta recuperación? Sí, se puede revisar el esquema de prestaciones por desempleo en el marco de una reforma laboral global y ambiciosa copiando a nuestros compañeros más aventajados, de la Unión Europea o fuera de ella. Y sí, se pueden revisar las políticas activas de empleo, sobre todo en lo relativo a la formación de los parados y en especial de aquellos con más carencias. Ni una cosa ni otra son fáciles (por ejemplo, ¿cómo conseguir una formación buena, bonita y barata de los parados?), pero tampoco son imposibles. Podemos cambiar las cosas de verdad. También podemos no cambiar nada o cambiar algo para que todo siga igual, dos métodos muy nuestros. Ahora toca decidir.
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