La oleada de revoluciones pacíficas que desde el inicio de 2011 sacude el mundo árabe ha hecho añicos dictaduras que parecían inamovibles. Ha demostrado obsoleta la concepción de unas sociedades que se pensaban ancladas en una religiosidad arcaica e incapaces para el autogobierno. Y ha puesto patas arriba la estrategia de seguridad de occidente en la región, que durante años ha creído tener en su alianza con los regímenes dictatoriales una herramienta para la contención del fundamentalismo islámico. Las aportaciones de estudios diversos procedentes de la economía y la ciencia política pueden ayudarnos a ordenar algunas ideas importantes para entender la emergencia de la Primavera Árabe.
Desarrollo humano y democracia: normalmente van de la mano
En 1959, el politólogo Seymour M. Lipset constató que la renta per cápita media de los países democráticos era muy superior a la de los países no democráticos, concluyendo que el desarrollo económico era un factor facilitador de la democracia. Cuarenta años después, el economista Robert Barro (1999) se propuso averiguar si esa relación seguía cumpliéndose. A partir de su estudio econométrico, observó que la propensión a la democracia era más elevada en aquellos países con mayores niveles de renta per cápita, baja desigualdad de ingresos, mayores tasas de escolarización y menores diferencias entre el nivel educativo alcanzando por hombres y mujeres. Teniendo en cuenta estas variables, su modelo preveía avances tempranos hacia la democracia en países como Siria, Túnez, Egipto, Bahréin e Irán.
En 2010, la correlación entre desarrollo socioeconómico y democracia seguía vigente, y todos los países del Norte de África y Oriente Medio, excepto Yemen, seguían teniendo unos regímenes políticos mucho menos democráticos de lo que cabría esperar a la vista de sus niveles de desarrollo humano (véase el gráfico; aquí más detalles) ¿Por qué estos países son una excepción? ¿Por qué ahora parecen decididos a avanzar hacia la tendencia general?
Qué falla en los países árabes: el Estado rentista
Los politólogos han propuesto el concepto de Estado rentista para referirse a un tipo de Estados característico de países en los que buena parte de la economía se sustenta en rentas procedentes del exterior (Beblawi, 1990; Schwarz, 2008). El caso por excelencia es el de Libia, Arabia Saudí y los pequeños Estados del Golfo Pérsico ricos en petróleo, pero los abundantes recursos naturales de los restantes países y unos cuantiosos flujos de remesas y ayuda económica parecen justificar su generalización al conjunto de la región. Si bien disponer de una riqueza como esta puede facilitar mucho las cosas, se ha comprobado que las rentas de los recursos naturales con frecuencia producen dinámicas perversas en al menos dos sentidos:
– Por un lado, dificultan el desarrollo y la diversificación de la economía: la alta rentabilidad de la actividad generadora de rentas hace que se desvíe hacia ella el capital físico y humano que podría ser destinado a fines más productivos, y el flujo de exportaciones de recursos naturales provoca la apreciación del tipo de cambio en perjuicio de la competitividad exterior del resto de sectores.
– Por otro, favorecen la aparición de regímenes políticos autocráticos basados en el clientelismo: las rentas procedentes del exterior permiten financiar la fuerza necesaria para imponer el control político y cosechar alianzas a través del reparto de privilegios, al tiempo que evitan o atenúan la necesidad de establecer un sistema de recaudación fiscal fuerte, lo que modera las exigencias de rendición de cuentas por parte de la ciudadanía.
Estos Estados basan su legitimidad en el ejercicio de dos de las tres funciones elementales de los Estados avanzados modernos: proporcionar seguridad, desarrollando cuerpos policiales y ejércitos desproporcionados, y proveer bienestar social, distribuyendo las rentas a través de subsidios, empleos y servicios públicos. En cambio, se eximen de todo deber de representación democrática.
Qué falla en los países árabes: la debilidad del crecimiento económico
Los análisis de las economías árabes indican que, pese a sus grandes diferencias, estas comparten varios elementos coherentes con la caracterización anteriormente expuesta (Eldadawi, 2004; Xala-i-Martí y Artadi, 2002; FMI, 2002 y 2003; Banco Mundial, 1995). La trayectoria de crecimiento económico de la región a lo largo del último medio siglo puede dividirse en tres etapas:
– Un periodo de auge entre 1960 y 1980, impulsado por el aumento de la producción y los precios del crudo, en el que se alcanzan tasas de crecimiento superiores a las de cualquier otra región del mundo, excepto el sudeste asiático; los Estados crecen hasta alcanzar vastas dimensiones en términos de su peso en la producción y el empleo, así como por el alcance de la regulación de la economía; y se logran drásticas reducciones de la pobreza y avances en la escolarización y la esperanza de vida.
– Una segunda etapa, entre 1980 y el 2000, caracterizada por descensos del precio del petróleo y un crecimiento letárgico en el conjunto de la región; el fin de los tiempos de holgura para el gasto público, con la aparición de abultados déficits fiscales y la necesidad de emprender recortes; y tímidos intentos de reforma dirigidos a dinamizar el sector privado.
– Un último periodo de relativa bonanza durante la primera década del siglo XXI, asociado al incremento de los precios del crudo pero poco aprovechado en materia de reforma económica. Solo unos pocos países logran un dinamismo destacado y en todos ellos se extiende el desempleo.
En los últimos años, la conjunción de un crecimiento económico débil y un crecimiento demográfico rápido ha situado el desempleo en niveles dramáticos. La tasa paro de la región, que partía de valores altos a principios del siglo XXI (15%), aumentó progresivamente hasta situarse en torno al 20% en 2008, antes de acusar el impacto de la crisis internacional. Entre la población joven alcanzó el 25%, y ascendía al 50% entre quienes buscaban su primer empleo (OIT, 2010). Estas tasas pueden no sorprender a la vista de los actuales niveles de paro en España, pero debe advertirse que porcentajes así son extraños en los países en desarrollo; que se trata de años de relativa bonanza; que el grado de protección social allí es muy inferior; que las cifras oficiales probablemente subestimen la magnitud real y escondan subempleo; y que, en el caso del paro juvenil, afecta a un grupo que representa un tercio de la población, lo que duplica el peso de los jóvenes españoles. A falta de un sector privado más fuerte, los avances en materia de bienestar social, estrechamente vinculados al papel redistributivo de los Estados y las remesas regionales, habrían evolucionado a rebufo de los cambios de coyuntura. Si bien hasta el inicio de los noventa se lograron sostener progresos en la reducción de la pobreza y los indicadores de salud y educación, desde entonces la cifra absoluta de pobres ha ido en aumento (Page y Adams, 2001; PNUD, 2009; Banco Mundial, 2011), y los países árabes han sido muy vulnerables a la subida de los precios de los alimentos y la crisis económica internacional.
La Primavera Árabe florece, pero necesita apoyos
En las últimas décadas, por tanto, el desarrollo material y cultural de las sociedades árabes habría ido acompañado del deterioro progresivo de la capacidad de los Estados para distribuir riqueza y bienestar, sin que el sector privado haya sido capaz de ocupar su debido lugar generando una prosperidad sostenible. Mientras que los avances en términos de desarrollo humano habrían erosionado la disposición al consentimiento por parte de los ciudadanos, la incapacidad de los Estados para sostener los programas de bienestar social y su incompetencia para promover un verdadero desarrollo económico habrían acabado de minar su legitimidad.
Hasta hace bien poco, la estrategia de occidente requería hacer la vista gorda al atropello de los derechos fundamentales a cambio del favor de los regímenes totalitarios de la región. Pero ahora, más que nunca, está claro que nuestros intereses y los de los ciudadanos árabes van en la misma dirección. El temor fundado a que los regímenes a los que hemos dado la espalda perduren y se radicalicen obliga a la prudencia diplomática, pero también hace más necesaria y urgente su caída. La Unión Europea no puede encerrarse en sus problemas internos: estar a la altura de unas circunstancias históricas tan excepcionales exige dar un apoyo firme a estos procesos. España debería liderar la nueva estrategia europea en el Mediterráneo. Las libertades y derechos que abanderan dentro de sus fronteras deben convertirse en la principal moneda de cambio fuera de ellas.
Para ampliar la información:
FMI (2003), “Unfulfilled Promise”, Finance & Development 40:1.
PNUD (2009), Arab Human Development Report 2009, Naciones Unidas, Nueva York.
Otros textos referenciados:
Banco Mundial (2011), página web: Recent Trends of Poverty in the Middle East and North Africa (consultado a 1 de julio de 2011).
Banco Mundial, (1995), Claiming the Future: Choosing Prosperity in the Middle East and North Africa, The World Bank, Washington, D. C.
Barro, R. (1999), “Determinants of Democracy”, Journal of Political Economy, 107: 9.
Beblawi, H. (1990), “The Rentier State in the Arab World”, en Giacomo Luciani (ed.), The Arab State, Londres: Routledge.
Elbadawi, I. A., (2004), “Reviving Growth in the Arab World”, Banco Mundial, Economic development and Cultural Change.
FMI (2002), “Structural Reforms in the Middle East and North Africa”, por John Page, en Global Competitiveness Report 2002
Lipset, S. M. (1959), ‘‘Some Social Requisites of Democracy: Economic Development and Political Legitimacy”, American Political Science Review 53.
OIT (2010), Tendencias munduales del desempleo juvenil, Oficina Internaional del Trabajo.
Page, J. y Adams, R. H., (2001), “Holding the Line: Poverty Reduction in The Middle East and North Africa, 1970-2000”, Annual Conference of the Economic Research Forum for the Arab Countries, Iran and Turkey, Bahrain. Poverty Reduction Group, The World Bank.
Sala-i-Martí, X. y Artadi, E. V. (2002), “Economic Growth and Ivestment in the Arab World”, Department of Economics Discussion Paper Series, Columbia University.
Schwarz, R. (2008), “The political economy of state-formation in the Arab Middle East: Rentier States, economic reform and democratization”, Review of International Political Economy, 15:4.
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