La crisis económica ha supuesto una tremenda sacudida al mundo en que hemos estado viviendo, con diferentes matices en cada país. En España ha impactado con especial virulencia sobre nuestra capacidad de generar empleo, además de mermar seriamente nuestras posibilidades de hacer frente a los compromisos adquiridos, tanto por parte de las familias y las empresas como por parte de las Administraciones Públicas. Como consecuencia, el futuro que teníamos en 2007 se ha esfumado. Si queremos volver a ese futuro mejor que parecía correspondernos tenemos que revisitar el pasado y replantearnos algunos aspectos de nuestra organización económica y social, cuyas manifiestas insuficiencias veníamos ignorando con entusiasmo.
Porque uno de los efectos colaterales que ha tenido esta crisis ha sido el de sacar a la luz nuestras vergüenzas, poniendo en evidencia las debilidades de nuestro sistema económico. Debilidades que habíamos decidido ignorar a base de convertir en “normal” lo que venía siendo “habitual”, tuviera o no razón de ser. Forzados por las circunstancias, nos hemos visto obligados a reconsiderar algunos temas básicos de nuestro diseño institucional cuya revisión, en realidad, era necesario abordar, con o sin crisis. Entre estos temas están los siguientes:
– La estructura productiva: El largo boom inmobiliario supuso un crecimiento inusitado del “sector del ladrillo”, lo que generó grandes niveles de empleo y riqueza. Aunque era claro que aquello no podía durar siempre, nada se hizo por buscar una reorientación productiva. Nos hemos dedicado a mirar para otro lado, durante años, haciendo caso omiso a los reiterados datos de pérdida de productividad de nuestra economía (véase por ejemplo esto). La crisis ha venido a redimensionar el sector con una brutalidad que en parte se explica por la falta de previsión. Parece que ya hemos tomado conciencia de que hay que hacer algo al respecto, pero seguimos sin saber muy bien qué y sin adoptar iniciativas claras.
– Las pensiones: Con un aumento de más de seis años en la esperanza de vida de los españoles en los últimos 30 años (hemos pasado de 75,1 años en 1980 a 81,3 en 2010) y un crecimiento muy importante de la proporción de población mayor de 65 años (en torno a 7 puntos porcentuales en el mismo periodo), el sistema no era viable, aunque no hubiera habido crisis. Un poco más de sensatez hemos introducido en este ámbito, aunque está por ver todavía si es suficiente.
– El mercado laboral: El mercado laboral español es un «ejemplo de libro» de segmentación en contra de los jóvenes, que encadenan durante años contratos temporales con una escasa cobertura, frente a unos contratos muy protegidos en la población de más edad. Ello ha favorecido que el ajuste frente a la crisis se haya realizado en buena medida vía cantidades, mediante el despido de los trabajadores con este tipo de contratos precarios. Sin olvidar que los altos niveles de rotación en los puestos de trabajo de esta población joven, con mejores niveles formativos que nunca, hace muy difícil la revalorización del capital humano mediante la experiencia. La reforma laboral, adoptada por el Gobierno a regañadientes, no ha servido para gran cosa. Con el agravante de que a última hora se ha vuelto a fomentar la temporalidad, en lugar de abordar con mayor decisión el problema en la línea de un contrato fijo único con indemnizaciones de despido progresivas (véase aquí). Aquí aún nos queda mucho trecho por recorrer.
– Las cuentas públicas: Hemos vivido alegremente un incremento continuado en la prestación de servicios públicos sin haber diseñado mecanismos de financiación para ello, lo que nos ha impedido ajustarnos razonablemente ante las nuevas circunstancias. En los últimos años, ya en plena crisis, esta política se ha traducido en transferir los costes a otros, dejando de pagar tanto a los proveedores como a la Seguridad Social y generando déficits de gran cuantía a los que habrá que hacer frente en el inmediato futuro (algún día llegaremos a saber cuántas facturas se guardaron en los cajones para maquillar 2010). El control del déficit mediante una norma constitucional tal vez sea útil en este aspecto (véase esta entrada), siempre que se acompañe de un mecanismo claro y eficaz de implementación. Está por ver.
– El sistema financiero: La solidez de nuestro sistema financiero, propiciada por el riguroso control de nuestras autoridades monetarias, era uno de los timbres de gloria de nuestra economía. Aunque para sostener esta visión hubiera que hacer la vista gorda ante el absurdo entramado de cajas de ahorros, que en muchos casos estaban al servicio de los intereses políticos regionales, implicadas en proyectos ruinosos con la connivencia de partidos y sindicatos, cómodamente sentados en sus consejos de administración. Para rematar, el Banco de España se ha dormido en su labor de control frente a las tropelías de la gestión de algunos bancos y cajas de ahorros cuyos niveles de riesgo asumidos solo son comparables a las prebendas de sus ejecutivos, que literalmente se han llevado millones de indemnización por el curioso mérito de haber arruinado las instituciones que dirigían (ver aquí o aquí). Algo se ha hecho en este respecto, pero demasiado tarde y sin la necesaria contundencia. No está nada claro que las medidas adoptadas vayan a ser suficientes. Pronto lo veremos.
Si queremos regresar al futuro que teníamos necesitamos seguir revisando los mimbres de nuestro modelo económico con más decisión, rigor y visión de largo plazo de lo que hasta ahora se ha venido haciendo. Es cierto que hemos adoptado algunas medidas. Pero ha sido tarde, mal y con la desgana derivada de percibirlas como una imposición externa en lugar de como una necesidad propia. Aún nos queda mucho por hacer si queremos reconducir la situación. Seguir como si no pasara nada es una estrategia desastrosa, como prueba la situación a la que ha llegado Grecia por ese camino.
Y los desafíos no esperan.
Antonio,
Otras de las reformas pendientes que no has mencionado son las siguientes: de la energía, de la educación, de la función pública, de la recentralización de servicios públicos… y la educación.