Las emisiones de CO2 y, en general, de gases de efecto invernadero (GEI) constituyen uno de los problemas ambientales más importantes a que debe hacer frente la humanidad en la actualidad. Es, además, uno de los más difíciles de abordar, ya que requiere imprescindiblemente de la cooperación internacional. Cómo han evolucionado en los últimos años las emisiones en España en comparación con la UE y cuáles han sido los factores que explican ese crecimiento son algunos de los aspectos tratados en esta entrada, donde también se exponen algunas posibles líneas de actuación al respecto.
Las emisiones de GEI de la UE-27 representan alrededor del 12% del total mundial, emitiendo cada ciudadano de la Unión en 2007 una cifra del orden de 10,2 toneladas equivalentes de CO2, frente a una media para el conjunto de la población del planeta de 6,7 toneladas. Los niveles de emisión por habitante más elevados corresponden a Luxemburgo, Estonia, Irlanda y Finlandia, y los más reducidos a Suecia y Letonia, que producen energía haciendo un uso comparativamente reducido de combustibles fósiles.
La evolución general que se observa para la UE es hacia un descenso de las emisiones, cosa que en cambio no ocurre en España, donde estas venían creciendo de forma muy importante hasta la llegada de la crisis. Entre las mayores economías de la UE, Alemania y el Reino Unido registran esa tendencia al descenso, mientras que Francia e Italia oscilan, coyunturalmente, en relación a una tendencia central de estabilidad.
Aunque la emisión de gases se concentra lógicamente en aquellos países que cuentan con mayor volumen de población y un PIB más elevado, encabezados por Alemania, la distinta dinámica seguida entre 1990 y 2007 ha modificado la distribución. España es el país que más ha aumentado, en porcentaje, su peso en el total de emisiones europeas de GEI, seguida de Italia, y ya con incrementos menores Grecia, Francia, Portugal, Irlanda, Países Bajos, Austria y Finlandia, mientras que ha reducido fuertemente su ponderación Alemania, seguida de Rumania y Reino Unido.
Los 121 millones de toneladas en que han aumentado las emisiones de GEI en España no tienen parangón en ningún otro país europeo, siendo el siguiente Grecia con 24 millones. En el otro extremo Alemania redujo sus emisiones en 274 millones y el Reino Unido en 143 millones de toneladas. El volumen de emisiones de GEI en España en 2008 superaba el de 1990 -año habitual de referencia- en un 42%, mientras que el total correspondiente a la UE-27 se había reducido en el mismo período de tiempo en un 11%, el de la UE-15 en un 6%, y el de las cuatro mayores economías, tomadas conjuntamente, en casi el 14%.
Dadas la muy distinta dimensión demográfica y económica de cada país miembro, resulta indispensable estandarizar las emisiones por la población y el PIB para adquirir una idea apropiada del comportamiento de cada país en términos de su contribución antropogénica al calentamiento global. El gráfico 1 describe las emisiones por habitante, y la trayectoria española ofrece un contraste marcado con las otras grandes economías europeas, ya que mientras en España se ha registrado un notable aumento entre 1990 y 2008, en Alemania, Francia y Reino Unido se ha producido una disminución, y en Italia tan solo un pequeño aumento. Es necesario reconocer que el nivel de generación de emisiones por habitante era, en 1990, sustancialmente inferior en España al de Alemania y el Reino Unido, y algo menor que el de Francia e Italia. Con 7,3 toneladas por habitante, España se situaba por debajo de la media de emisiones de la UE-4, que era de 12,3, y también estaba por debajo de las cifras medias de la UE-15 y UE-27. Pero en 2008 las diferencias se habían reducido notablemente, ya que la emisión media española por habitante había pasado a ser de 9 toneladas, frente a una media de la UE-4 de 9,9 toneladas. Dentro de la UE-27, Letonia, Rumanía, Suecia, Malta, Lituania, Hungría y Portugal son los países con menores emisiones per cápita, inferiores a las 8 toneladas, mientras que Luxemburgo, Irlanda, Estonia, República Checa y Finlandia, superan en todos los casos las 13 toneladas por habitante y año.
Aunque la elevación de las emisiones en España refleja, en parte, la intensidad del crecimiento económico a lo largo del último ciclo expansivo, sería un error creer que este hecho explica el fenómeno en su totalidad.
Fuentes principales de las emisiones
El consumo de energía de origen fósil, bien directamente o bien a través de su empleo en la producción de electricidad, representa la mayor contribución en términos cuantitativos a la emisión de GEI y continúa siendo absolutamente predominante entre las distintas fuentes energéticas, aunque los altos precios de algunos combustibles y las políticas ambientales más recientes hayan suministrado impulso a la generación de energías renovables. Ello significa, también, que existe un importante potencial para la mitigación de las emisiones a través del desarrollo de nuevas tecnologías y de los cambios en la estructura de los consumos energéticos. Sin embargo es necesario tener presente que algunas de las respuestas de adaptación al cambio climático, como el uso de aparatos de aire acondicionado y la mayor extracción de aguas subterráneas, actúan en la dirección de un mayor uso de energía y conducen, por tanto, a un mayor volumen de emisiones.
El sector del transporte se configura también como uno de los principales responsables del fuerte aumento de las emisiones que ha tenido lugar en España. Las necesidades de transporte crecen fuertemente cuando tiene lugar un período de crecimiento económico intenso, y en el caso español estas necesidades son satisfechas mayoritariamente mediante el transporte por carretera -que emplea combustibles fósiles- en una proporción muy superior a la que caracteriza a otros países de Europa. A ello se une el predominio del vehículo privado como medio habitual del transporte de personas, con una menor eficiencia energética que el transporte colectivo, y la creciente importancia del modelo de urbanización disperso frente al propio de la ciudad compacta tradicional, lo que da lugar a mayores demandas de movilidad y genera por tanto mayores necesidades de transporte. De otro lado, al elevarse el nivel medio de ingresos de la población se incrementa el coste de oportunidad del tiempo de los viajeros y se opta por medios de transporte más rápidos, como el avión, que son muy intensivos en el consumo de energía y emiten no solo CO2, sino también óxidos de nitrógeno.
En el caso de las actividades industriales, un grupo relativamente reducido de industrias concentra la mayor parte de las emisiones por su carácter de fuertes consumidoras de energía: la siderurgia, la producción de metales no férreos, la elaboración de productos químicos y de fertilizantes, el cemento y la producción de papel y pasta de papel. En el caso de España, la industria de pavimentos cerámicos tiene una importancia destacada en la estructura industrial, por su importante posición competitiva a escala internacional, y se cuenta entre las altamente consumidoras de energía y emisoras de GEI.
A los sectores mencionados hay que añadir la construcción de viviendas, que ha tenido una gran importancia en el último ciclo expansivo de la economía española, y en el que existe un importante potencial de mitigación de emisiones a través de mejoras en las tecnologías de alumbrado y equipamiento de aire acondicionado, medidas de aislamiento térmico y aprovechamiento de la energía solar, y la utilización de nuevos sistemas de control basados en la aplicación de las tecnologías de la información. El panel internacional de expertos sobre cambio climático ha estimado que, en los nuevos edificios, existe un potencial de hasta un 75% de ahorro de energía con coste nulo o moderado en relación con las prácticas actuales.
Descomponiendo las variaciones en las cantidades de CO2 emitidas: España frente a las grandes economías de la UE
Una amplia literatura especializada se ha ocupado de vincular energía y emisiones de CO2, para obtener una descomposición completa de los cambios cuantitativos en las emisiones en una serie de elementos componentes. En un estudio reciente (La sostenibilidad del crecimiento económico en España) de FUNCAS-Ivie, en que se abordan toda una serie de aspectos relacionados con la sostenibilidad del crecimiento económico español, se han empleado las siguientes variables a la hora de proceder a la descomposición mencionada:
a) Tasa de carbonización: ratio entre las emisiones de CO2 y el consumo de energía primaria fósil (carbón, petróleo y gas).
b) Mix energético: ratio entre el consumo de energía primaria fósil y el consumo de energía primaria total.
c) Intensidad energética final: ratio entre el consumo de energía final y el PIB.
d) PIB por habitante.
e) Población.
Se ha comparado la variación de las emisiones en España con la registrada por el conjunto de las otras cuatro grandes economías de la UE para el período 1990-2007. Puede decirse que tanto en España como en el bloque de cuatro grandes países con los que se ha establecido la comparación, el crecimiento demográfico y el aumento de los niveles de vida impulsaron conjuntamente al alza, año tras año, el volumen total de emisiones. Sin embargo, mientras en España no se consiguió, en general, reducir el uso de energía por unidad de PIB, salvo en los últimos años, en la UE-4 esto sí fue posible, y además se logró modificar la estructura del suministro de energía hacia una menor dependencia de los combustibles fósiles, cosa que tampoco se logró en España. Finalmente, en ambas áreas se produjo, aunque en distinto grado, una caída de lo que se ha venido en llamar tasa de carbonización, que constituye un buen reflejo de la capacidad de contribución al cambio climático que resulta del empleo de energía fósil.
La descomposición del aumento total de emisiones para el conjunto del período aparece recogida en el gráfico 2. En España 110 millones de toneladas de los 139 millones en que se cifra la elevación de emisiones entre 1990 y 2007, las aportó el crecimiento del PIB por habitante. En la UE-4 la elevación del PIB por habitante también fue la causa principal de elevación de las emisiones, pero la minoración de la intensidad energética aportó un potencial de reducción de emisiones del orden de 579 millones de toneladas, para una reducción efectiva neta de casi 200 millones de toneladas. Los cambios en la composición de los consumos energéticos ejercieron también una influencia positiva -en la dirección de la reducción de emisiones– en nuestros socios comunitarios, pero no así en la economía española. Finalmente en ambas áreas se logró una tasa de carbonización menor, aunque relativamente más importante en la UE-4 que en España. Queda claro por tanto que el fuerte ciclo expansivo de la economía española anterior a la crisis no es el único responsable de que España haya incumplido los compromisos que asumió en la cumbre de Kyoto.
Qué debe hacer España
Resulta evidente que la sociedad española se encuentra aún lejos de conseguir un desacoplamiento entre su crecimiento económico y diversos indicadores de presión sobre los recursos naturales -consumo de energía, emisiones de GEI, flujos de materiales, huella ecológica etc.– como se pone de relieve en el libro antes citado (véase un resumen de los principales contenidos aquí). Un desacoplamiento que es posible, al menos parcialmente, como muestra la experiencia de algunos otros países industrializados. Entre las tareas principales para lograrlo se encuentra dotarse de una política energética que establezca un marco estable de incentivos a la producción de energías renovables, favorecer modos de transporte más eco-eficientes (p.ej.ferrocarril) y promover el ahorro de energía en los procesos industriales, principalmente en los relacionados con la transformación de energía primaria en energía de uso final. También es importante adoptar medidas dirigidas a la reforestación de tierras agrícolas abandonadas o degradadas, ya que los bosques constituyen un importante sumidero de carbono. Y sin duda también ayudará a reducir la intensidad energética la transición hacia una economía progresivamente más basada en los servicios avanzados y menos en la construcción. También la fiscalidad deberá ser más ‘verde’ que en la actualidad. Afortunadamente no se parte de cero en estas tareas, ya que existe un Plan, aprobado en 2005 por el Gobierno de entonces, que establece una Estrategia de Ahorro y Eficiencia Energética en España para el período 2008-2012. Lo que hace falta ahora es cumplirlo, y fijar unos objetivos aún más ambiciosos cuando toque renovarlo.
Haven’t you heard about “Climategate”?
abstenerse economistas, demasiado complicado para entenderlo